lunes, 8 de junio de 2009

Sobre la justicia.

"Si las universidades estuvieran sanas no necesitarían «graduar en igualdad»; pues serían, precisamente, la expresión suma de la vigencia del principio –no adulterado– de igualdad, que Cervantes definió mejor que nadie: «Sábete, Sancho –le dice el hidalgo manchego a su escudero–, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro». Pues, en efecto, todas las personas son iguales en origen, titulares de la misma dignidad, de los mismos derechos y obligaciones; y corresponde al poder establecido que tal igualdad sea efectiva, de tal modo que las personas –independientemente de cuál sea su sexo, raza o credo– puedan hacerse valer en igualdad de condiciones. Y en este ‘hacerse valer’ es donde se completa el principio –no adulterado– de igualdad; pues las personas, que en origen son iguales, alcanzan luego, haciendo valer sus méritos y su esfuerzo personal, logros distintos. No hay igualdad verdadera si quien hace más que otro no es más que otro; y la Universidad tendría que ser el ámbito donde tal principio de igualdad resplandeciese, premiando a quienes por su esfuerzo y méritos personales lo merecen. Pero la igualdad adulterada de nuestra época pretende que seamos iguales no en atención a lo que hacemos, no en atención a nuestro valor propio, sino en atención a ‘cuotas’ y ‘paridades’ que no son sino la expresión máxima de desigualdad, pues supeditan los méritos personales a condicionantes previos, que ahora cifran en nuestras gónadas y mañana tal vez en el color de nuestra piel o en la religión que profesamos".

Juan Manuel de Prada.
XL Semanal (7-6-09)

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